viernes, 18 de abril de 2008

Un poco de arte, mucha sensibilidad

Sacar a flote la sensibilidad es algo que siempre suma. Hay carreras o vocaciones que no la requieren tanto, pero sin duda existen otras que la necesitan con urgencia. La cocina es una de ellas. Un cocinero sin sensibilidad, sin ese plus que permite interpretar sensaciones más allá de los ojos, no puede ser completo. En la elaboración de un plato por un cocinero se esconden historias, anécdotas. Brotan costumbres y la educación de casa. Y también hay arte, cualidad innata que va de la mano de la sensibilidad.


El día de ayer los alumnos del IPG fueron a visitar la exposición fotográfica de Marina García Burgos y Ricardo Ramón Jarne, en la Galería Enlace Arte Contemporáneo. La obra, denominada “Si no existe el más allá, la injusticia del pobre se prolonga eternamente”, retrata a una familia del ande peruano con la vestimenta que usan a diario, pero los coloca en ambientes ajenos a su idiosincrasia, como un restaurante de lujo, un gimnasio, un bar, un cine, una plaza de teatro. La primera intención que se deduce es una crítica a nuestra sociedad, adornada, incluso en estos tiempos, incluso en este milenio, por el racismo y la marginación. La segunda (y las que siguen) coloca la interpretación en cada uno.

La virtud de una exposición artística está en ese tipo de interpretaciones. Las que se esconden entre lo mostrado. Las que no se ven con ojos sencillos. Como los platos de comida. Es imposible que un comensal de poca sensibilidad, por más dinero que tenga, y por más lujoso que sea el restaurante que visita, distinga todo lo que se encuentra en la elaboración del plato que le sirven. Se lo terminará devorando sin que le importe el por qué de la colocación de un insumo dentro de su carne; o la razón de otro como decoro de su pasta. Un cocinero no. Un cocinero reconoce el talento de su colega. Sabe exactamente qué contiene su plato. Y si no encuentra una razón a algún ingrediente, le da crédito al que lo prepara. Y eso le da la potestad de criticar. Porque lo hace con conocimiento de causa.

Cada uno recibe una obra de arte (en este caso una exposición fotográfica) según sus propias vivencias. Y las inyecta a su quehacer diario. Ayer los alumnos del IPG se marcharon a sus hogares hallando la conclusión de por qué esta muestra tiene relación con su pasión, que es la cocina. Teniendo en cuenta el rubro en el que se piensan especializar en el IPG, que es la cocina peruana, alguno habrá deducido que sus platos en el futuro no serán exclusivos, que no marginarán a nadie. Otro habrá decidido hacer platos que integren los sabores del ande con el lujo que prima en la sociedad consumista. Y otro, por qué no, habrá soñado con un restaurante de cinco tenedores, como el que se nos muestra en alguna fotografía.

De la muestra fotográfica podemos decir que está muy bien trabajada. Que es una idea magnífica. Y que han encontrado protagonistas exactos. Todos reflejan en sus miradas el ande que llevan dentro. Y esa desesperanza, ese “no ser” en un país que tiene kilómetros y kilómetros de sierra. Los “jefes” de familia tienen resignación en la mirada. El paso del tiempo es incuestionable. Y con él, lo duro de su realidad. Rostros cansados, acongojados. Fuera de sí totalmente en escenarios como el restaurante de lujo, el bar o el gimnasio. Brota su incomodidad. Ellos no sueñan con esos lugares. Por eso quizás aparece en algún momento una frase que dice: “Cuando aumenta el privilegio, también aumenta la responsabilidad”. Los rostros de esos dos personajes reflejan también, conformismo. Los muchachos mayores tienen un brillo distinto en los ojos. Aún hay capacidad de lucha. Aún hay ganas (tal vez de emigrar). Y las pequeñas tienen esa dulce inocencia de la niñez que permite una sonrisa y las ganas de jugar aún en la precariedad (casi sonríen en algunas fotos), aún en el más incierto futuro de sus paisajes, llenos de vacas y terrenos agrícolas que no les rinden lo que deberían rendir, por la más pura desigualdad con la que está hecho nuestro país.

Todas las fotos mostradas son interesantes. Todas cumplen su cometido. Rescato una en la que aparecen en una galería de Andy Warhol, llena de colores. Ahí son parte del paisaje. Sus colores se mezclan con los del ambiente. Y es que el arte, en cualquiera de sus facetas, no sabe de exclusión. Y la comida, para nosotros en el IPG, tampoco.

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